Regresar a las aulas: la tarea más difícil para los colegios

10.10.2020

Seis meses después de la llegada de la pandemia a Colombia y con la reactivación económica en marcha, nadie sabe qué pasará con el regreso de 10 millones de estudiantes a las aulas. Los niños esperan reencontrarse con sus amigos, pero este asunto es uno de los más espinosos de la nueva normalidad, y el retorno no será tan fácil ni tan pronto.

Cuando faltan apenas seis semanas para que finalice el año académico, pocas instituciones educativas ven posible volver a la presencialidad antes de 2021. El reto de crear un esquema de alternancia que incluya a los niños que regresen a los salones y a los que sigan en sus casas implica grandes desafíos. La inmensa mayoría de los padres prefiere la virtualidad, y un sondeo de la Confederación Nacional de Padres de Familia reveló que el 81 por ciento de las familias no está de acuerdo con enviar a los pequeños a clases presenciales. En Bogotá, una encuesta de la Alcaldía mostró que solo un 12 por ciento de los padres está dispuesto a enviar a sus hijos al plantel.´


"Tenemos colegios en los que la totalidad de los padres dice que no enviará a sus hijos", señala Martha Castillo, presidenta de la Confederación Nacional de Asociaciones de Rectores y Colegios Privados (Andercop). Situaciones así aparecen en todos los estratos socioeconómicos. "No vemos sentido en afanar el proceso de regreso y arriesgarnos a un contagio", explica el presidente de la asociación de padres, Carlos Ballesteros. Comparten esa misma preocupación cientos de rectores en la ciudad que aseguran que entre el transporte, las clases y las horas de descanso es difícil garantizar la bioseguridad. 


Por si fuera poco, no cualquier institución está en capacidad de hacer inversiones para garantizar una estricta hoja de ruta en plena crisis económica. Para los colegios públicos esto necesariamente significa aplazar el regreso de sus estudiantes. "Nosotros no volvemos este año; no tenemos cómo garantizar la bioseguridad de todas las alumnas", reconoce Lilia Calderón, rectora del colegio Magdalena Ortega de Nariño, en el occidente de Bogotá.

Las 2.000 estudiantes del Magdalena Ortega estaban acostumbradas a llegar en bus en la mañana y desayunar antes de iniciar las clases. Calderón confiesa que, si regresan a la rutina, todo tendría que cambiar drásticamente. En la entrada la supervisión del protocolo podría tardar más de una hora, y en el comedor, sencillamente, no hay espacio para garantizar el distanciamiento físico.

A las afueras de la ciudad, el colegio Rochester ya abrió sus puertas. Invirtió cerca de 400 millones de pesos para adecuar sus instalaciones con 24 baterías de puntos de lavado, desinfección y secado de manos con sensores inalámbricos, cámaras de reconocimiento facial, verificación de temperatura y señalización en todo el centro educativo. Los salones tienen un límite de 16 estudiantes por clase, y una distancia de 2 metros entre cada uno.

La mayoría de los alumnos llega en buses contratados por el colegio. Allí mantienen normas de distanciamiento y tienen que usar tapabocas. Desde el momento en que se bajan del vehículo, los niños siguen un protocolo y sus maletas son desinfectadas con alcohol al 70 por ciento.

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